Hace unos meses conocí a Leyre. Un chica de unos 30 años, súper maja y cercana. En nuestra primera sesión, me contó lo incómodo que se le hacía estar sin su pareja. A pesar de que ella le quería mucho y él no le daba motivos para desconfiar, cuando tardaba en responderle al WhatsApp, ya pensaba que a él le pasaba algo. Aunque luego nunca le pasaba nada, en su cabeza ella había dicho algo mal o él se estaba cansando de ella.
Leyre también me contó que a veces cuando él tardaba más de lo normal en volver del trabajo, ella pensaba que estaba aprovechando a verse con otra… Además, si él le decía que algo no le había gustado (por ejemplo: «Au, me has hecho daño», se le encendían todas las alertas por miedo a que pudiera hacer que él le dejara. Y así unas cuantas situaciones más.
Claro, en realidad las razones de los retrasos solían ser inofensivas: él estaba comprándole un regalo a ella, había pasado algo en el trabajo, o simplemente no contestaba a una llamada porque estaba echándose la siesta o en la calle con sus amigos.
El caso es que Leyre me dijo que estaba cansada de «emparanoyarse» por todo, sin saber por qué, pero que estaba cansada y no sabía como pararlo. Así que nos pusimos a trabajar juntas. El otro día cuando tuvimos una de las últimas sesiones me dijo: «Búa Ane, es que estoy tan bien, es que vivo tranquila, nunca me había imaginado poder quedarme en casa sola mientras él está con sus amigos y estar tranquila»
Quizá se te hagan familiares estas situaciones. Si es así, podemos empezar a trabajar ya para que tú también consigas esa paz y tranquilidad que te mereces.